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La rebelión de LAS objetos

Soy activista, matriactivista para ser más específica. Pero quizá tal y como debato a menudo con otras activistas, la especificación nos empieza a limitar.
Hace un par de días dí una conferencia, era una conferencia sobre derechos reproductivos, y sin embargo mi presencia allí en calidad de defensora de los derechos reproductivos de las mujeres, era como poco, atípica.
Todas las personas hacemos equivalencias mentales a menudo. Escuchamos “problemas raciales” pensamos en las personas negras, escuchamos género y pensamos: “mujeres”.  Creo que cuando escuchamos derechos reproductivos pensamos: “aborto”.
Digamos que el 99% de la conferencia versaba sobre el aborto desde diferentes ángulos y allí estaba yo con mi 1% sobre un tema que para mi se origina de la misma manera y por las mismas razones, pero en otra dirección: la violencia obstétrica. Y aún dando gracias de que este 1%, para mí tan importante, fuese evidenciado.


Viendo que media sala había abandonado el recinto antes de que yo comenzara mi exposición y gracias a un par de conversaciones que había mantenido cinco minutos antes en el café del centro, intuí que el término “violencia obstétrica” no era familiar para mi audiencia,  así que comencé mi ponencia por preguntar a las pocas personas que quedaban (en su casi total mayoría mujeres) qué qué creían que significaban aquellas dos palabras juntas.
Una primera mujer contestó timidamente que podría ser que nuestra pareja nos pegara o abusara de nosotras durante la gestación. Yo respondí que era abuso durante la gestación y el parto,  pero no por parte nuestras parejas (mientras pensaba en lo terrorificamente interiorizada que tenemos esta posibilidad) y busqué con la mirada otras respuestas entre el público, y entonces otra voz dijo a través del micrófono: “Quizá sea una respuesta muy tonta, sé que puede sonar absurdo lo que voy a decir, y quizá me equivoque pero ¿podría ser que sean los médicos los que nos abusen en esa situación?”


A lo que yo contesté que me hubiese gustado que su respuesta fuese tonta, pero por desgracia no lo es. Es la respuesta correcta.


"La violencia gineco-obstétrica es el abuso de poder ejercido de infinitas maneras durante revisiones ginecológicas, embarazo, parto y postparto.
O podemos decir también que la violencia gineco-obstétrica consiste en desposeer a la mujer de sus derechos, capacidades, autonomía y libertades sobre su cuerpo, su sexualidad, su/s bebé/s y sus procesos reproductivos.
Y la violencia gineco-etno-obstétrica (termino acuñado por la activista Silvia Agüero) incluye todo eso y a menudo se exacerba apoyandose en actitudes o ideas racistas."


El shock de muchas de las mujeres que atendieron la conferencia, mujeres con las que luego tuve la oportunidad de charlar y me parecieron, mujeres muy conscientes, activas, implicadas y feministas como yo, me confirmó que hablar de violencia obstétrica es pura controversia y en ocasiones tabú, tanto cómo hablar de partos, nacimientos, menstruaciones, lactancias y maternidades libres.


Y como libres me refiero a todas aquellas situaciones gineco-obstétricas en las que la mujer se autoreclama como sujeto activo en la experiencia, se cuestiona, informa y decide, a menudo en oposición con la corriente propagandística patriarcal capitalista.


Esto puede ser: abortar, una cesárea, un parto en casa, una lactancia, la muerte de un bebé y su parto y otras tantas decisiones sobre nuestro cuerpo y su interacción con lo que en él ocurre, habita y es producido.


El que estos temas sean controvertidos socialmente no me sorprende lo más mínimo.
No en balde llevamos siglos de desprestigio, leyendas, cazas de brujas, represión, castigo y mil cruzadas más contra las mujeres, ensañandose con especial tenacidad en nuestros cuerpos. Y en el 2017 nos encontramos además, en una especie de clímax global e individualidad de una ambigüedad que parece transmitir la importancia de la positividad y acción en apariencia al tiempo que se perpetúan un sufrimiento, aislamiento y pasividad internos.


Y las mujeres en concreto, incluso en las partes del mundo consideradas más respetuosas hacia nosotras, seguimos soportando la opresión de una jerarquía que nos recuerda continuamente el sitio que el patriarcado nos otorga, el de sufrir el terrorismo por nuestro sexo (sí, cuando se nos mata en los números en los que ocurre en España las mujeres estamos sufriendo terrorismo), el del abuso verbal y físico por la calle, el de menos sueldo, el de tener que asumir las tareas domésticas como propias, el de la posibilidad de violación, el de tener opiniones menos válidas, el de no estar representadas justamente, el de la responsabilidad sobre nuestra apariencia física y un infinito etcétera.


Entonces, como digo, no me extraña que hablar de violencia obstétrica sea controvertido para la sociedad en general, pero lo que sí me genera bastantes reflexiones es el hecho de que en mis círculos feministas no se hable más frecuentemente o con mayor profundidad de la violencia obstétrica,  y que ésta no constituya la otra mitad, la otra cuestión en los derechos reproductivos pendientes.


Cuando no se nos deja abortar, parir, lactar, lo que se nos prohíbe a fin de cuentas,  es dejar de ser un objeto para otros.
Las mujeres somos el objeto del patriarcado. El objeto necesario para que el orden social establecido se mantenga con vida. El patriarcado sólo puede existir con nuestra sumisión , desde su visión de autoridad y privilegio en relación a lo femenino y para el patriarcado, lo femenino-objeto es todo aquello que no sea hombre sano, blanco, productivo o en un cargo de poder.


La generación de objetos es necesaria y prioritaria para la supervivencia del capitalismo patriarcal.


Es decir, que el patriarcado se ejerce a través de la objetificación partiendo de las ideas de productividad, en las que la apariencia pesa infinitamente más que aquella de los sujetos, la cooperación de los objetos se asegura con lo que yo llamo libertades aleatorias objetificadas (porciones de libertad,  revocables y supervisadas que no desafían jamás el poder patriarcal ni el status quo).


Es decir la objetificación se ejerce con la propaganda constante contra las mujeres y lo que se considera propio de las mujeres y ahí yo englobaría todas las diferencias al estándar patriarcal blanco hombre. Estas diferencias se establecen a partir de creencias promulgadas sobre sexo, peligrosidad y salud principalmente.


Todos estos grupos que cohabitan en la objetificación, son también manipulados con la creencia de que tienen mayor poder que los otros a través de pequeñas libertades, por ejemplo un hombre negro sobre una mujer negra, o sobre una mujer blanca, por su condición de hombre se sentirá más respetado y libre en referencia al patriarcado, pero es algo así como una ilusión de poder, un poder que es revocable en pro de un hombre blanco.


Algo así como si las mujeres (objetos) fuesen los niños en una familia común , el hijo mayor puede tener cierta autoridad sobre el pequeño, pero en ocasiones el pequeño recibe más atenciones y pese a estas dos cosas cuando llegue alguno de los padres ninguno de los dos niños tendrá poder de decisión real y libre.


Esta necesidad de objetificación en el tema que nos ocupa, el embarazo, parto, lactancia y maternidad. Genera todos los conflictos, increíblemente vigentes aún, en relación con nuestros derechos reproductivos y el abuso sobre nuestros cuerpos incluso en las instituciones de salud.


Para mí después de muchos años trabajando en estas cuestiones lo que resulta evidente es que lo que se busca someter en todo momento es la capacidad de decisión, en definitiva el rechazo a la objetificación impuesta.


El discurso utilizado contra el aborto se utiliza en todos los ámbitos reproductivos, todo es por el bien del bebé, todo es por la desaparición de la mujer autónoma y pensante, todo es por la producción del objeto dentro del objeto.


Sé que esto suena conspiranoide y distópico. Por supuesto que no hay un grupo de “hombres malos” elaborando un plan maquiavélico en un despacho...No, lo que hay es un montón de hombres blancos beneficiándose del orden de las cosas y perpetuándolo a través de cada acto social, ley, protocolo, relación, documento, artículo, película, etc etc etc. Y por ello también hay un montón de personas endoctrinadas para creer que su condición de objeto no es real o no es un problema y que quizá algún día, con suerte, nosotras también nos beneficiaremos del poder en el patriarcado.


Cuando a una mujer se le prohíbe abortar es por su bebé, cuando a una mujer se la fuerza a una cesárea es por su bebé, cuando a una mujer se le niega una cesárea es por su bebé. Cuando se hace todo eso la mujer no existe en la situación, al menos no como sujeto participativo.


La violencia obstétrica es un abuso que para mí se origina con la obstetricia misma. La creación de la obstetricia fue un acto violento en tanto que fue una usurpación de la matronería, y la usurpación de la matronería constituyó una usurpación del conocimiento matriarcal y nuestros derechos reproductivos.


Los primeros obstetras tuvieron que desprestigiar a las matronas para ser aceptados, los llamados padres de la obstetricia moderna (Smelley y Hunter), han sido acusados de matar entre 35 y 40 mujeres embarazadas para sus investigaciones. El gran cirujano responsable de la operación de fístula obstétrica (John Marion Simmons) lo hizo sirviéndose de esclavas menores de edad y sin usar anestesia. La obstetricia para mí, en sus orígenes masculinos fue creada desde la violencia y la oposición a nuestra autoridad, desde la patriarcalidad y la objetificación, desde la supresión de la autonomía.


La violencia postural a la que se sigue sometiendo a un gran número de mujeres durante el parto, y que coincide con la introducción de la obstetricia, sometiendolas a parir de espaldas pese al absurdo y dolor que esto supone, es clave para comprender de manera simbólica quién tiene el poder y quién está sometida.
La prioridad de parir y nacer ayudados por la gravedad es obviada por completo para anteponer la necesidad de comodidad, acceso y visión del sujeto, el observador, el obstetra, el salvador, el héroe.
Históricamente con esta postura el parto se complica y esta prioridad incuestionable termina por reforzar la supuesta necesidad de objetificación de la mujer, se utilizan aparatos agresivos, se corta, se salta sobre la madre y la criatura, se les restringe el movimiento, la comida, la interacción, la expresión...Y es que en esa relación todo es excusable, posible y necesario, todo, porque uno actúa y la otra recibe en pasividad, porque uno salva y la otra es víctima, porque uno sabe y la otra ignora.


En el momento en el que la obstetricia irrumpió en la relación íntima entre las mujeres y sus matronas se rompió la relación íntima de las mujeres con sus cuerpos y sus bebés. Porque al hacerlo el patriarcado se apropió de la gestión de las mujeres sobre sus cuerpos e inventó una mitología patológica para poder actuar sobre ellos y hacer a las mujeres ignorantes de sus propios sentires y sensaciones hasta llevarlas a definirse incapaces y aceptarse como tales.


A lo que las mujeres creían, sentían y sabían se le llamó: brujería e ignorancia.
A lo que les contaron sobre ellas mismas: obstetricia y sabiduría.


¿Quiero decir con esto que la obstetricia es mala? No, por supuesto que no. Lo que quiero decir es que necesita ser evaluada urgentemente, cuestionada e investigada históricamente.
Al igual que el mundo entero evalúa políticas y leyes racistas, injustas y discriminatorias. La medicina y en concreto la obstetricia en este caso debe ser revisada en sus actitudes machistas desde su creación, cuestionando sus prácticas desde la aceptación de sus turbios y misóginos orígenes.
Y en esa revisión entender las múltiples situaciones derivadas y su impacto en la salud de las mujeres y bebés.Las matronas hoy en día  ya no tienen una relación íntima con las mujeres, ambas han pasado ahora a ser objetos que interactúan ante el observador último, y a pesar de los intentos de libertad y autonomía.
La parte de las mujeres representada por sus matronas ha sido reinventada y las matronas al igual que las mujeres en general, se dividen ahora en aquellas que cuestionan lo que hacen y buscan conocerse desde la autonomía y aquellas que se perciben desde la patriarcalidad, la defienden y colaboran con ella, en definitiva la practican y ejercen.


Cuando emergió la obstetricia, para que pudiera haber un salvador tuvo que haber una víctima, las mujeres tuvieron que ser víctimas de sus partos para poder ser salvadas, y se necesitó salvar para poder expropiar.


Nuestros cuerpos, los de las mujeres, tal y como reza el cuadro de Barbara Kruger, son un campo de batalla.


Los cuerpos de las mujeres son el lugar en el que se lleva a cabo la micro representación de la lucha externa global de la patriarcalización total por la supervivencia de un privilegio inventado a base de la otredad permanente.


El cuerpo de las mujeres como campo de batalla, lo es por la lucha que sobre él se lidia  por nuestra autonomía. El cuerpo de las mujeres representa en el inconsciente colectivo origen, madre, tierra, animalidad, deseo y muerte. El cuerpo de las mujeres es el cuerpo que la intelectualidad patriarcal rechaza, porque no es  integrable en el discurso tecnocrático que persigue laureles, estatuas, eternidad y productividad. El discurso con el que se crean guerras para autojustificarse, el que extermina inventandose lo alieno de quién lo afrenta.


El parto, por lo tanto, puede parecer mundano y cotidiano pero quizá por ello es tremendamente político y trascendental. Es un escenario simbólico en el que recrear todas las creencias generadas como sostén del orden de las cosas.
El parto deja de ser “El origen del Mundo” para pasar a ser “El orden del mundo”.


Aunque de esto último debo añadir que  incluso en el origen del Origen del Mundo de Couvert es anticipable la poca importancia del sujeto, en la fragmentación y decapitación del cuerpo expuesto en su obra. Actitud aún frecuente en las fotografías de mujeres embarazadas, en las que sólo se ve una barriga. Y común también en la obstetricia que cubría de sábanas a la mujer con la excusa de asepsia, pero para reducir la visión de la autonomía e individualidad, fragmentando el cuerpo prácticamente al mismo trozo que vemos en El origen del Mundo.


Así que sí, ciertamente el parto ahora mismo representa en las salas hospitalarias, el orden del mundo y el machismo imperante, la sumisión a la que estamos condenadas y el sitio en el que se nos coloca permanentemente.
Cómo si no, se puede explicar una estadística mundial de episiotomías que varía desde un 5% en países nórdicos a un 100% en Taiwan o Guatemala. O cómo se puede explicar que se empuje, insulte, engañe, castigue, grite, dañe, ate, sede, aisle, humille y manipule a muchísimas mujeres durante sus partos.


Cómo si no se puede explicar que importe más el término violencia obstétrica que los actos que el término describe.


Cómo si no se llega a aceptar esta violencia no ya por una gran mayoría de sus víctimas sino también por la gran mayoría de la sociedad, llegando a ser defendida, elogiada y promovida culturalmente.


Por todo esto,  cuando salgo de la conferencia no puedo evitar pasarme el fin de semana pensando en por qué como feministas no estamos gritando todas sobre esto. Por qué no es el tema de rigor en todas las conferencias sobre derechos reproductivos.


Creo que convergen varias cuestiones. La vida es cíclica y diversa y por tanto nosotras nos involucramos en el feminismo desde diferentes perspectivas y dado que, como mujeres, se nos vulnera desde todos los frentes, por desgracia tenemos para elegir y no podemos llegar a todos.
Así que la mayoría de mujeres que parecen más activas en general, al menos en las actividades que yo frecuento, en el feminismo, suelen ser mujeres jóvenes, para las que por ejemplo la capacidad de abortar es más urgente y pertinente que la de parir. Y por otra parte por la división histórica que se creó cuando una de las mayores y muy necesarias luchas feministas que hubo que librar fue contra la maternidad como única función de las mujeres.
Así que hablar de maternidad desde nuevos enfoques feministas aún se hace complicado.


Y quizá también por eso para mí es tan importante lidiar nuestra lucha enfocándonos a la capacidad de decisión y huír de los debates sobre el que se decide.


Es decir, lo que venimos observando históricamente es que las mujeres lo mismo se les niega que puedan disponer de métodos paliativos del dolor como que se les impone. Lo mismo se fuerza una cesárea que se niega, se nos fuerza a parir o no se nos deja hacerlo.  Así que yo veo bastante claro que la persecución es contra nuestra libertad de decisión.
Aunque sí que es cierto que hay una patologización y cientificación del parto incuestionables  y que es mucho más fácil por tanto encontrar apoyo para una cesárea electiva que para un parto en casa.


Me parece fundamental que como feministas empecemos a incluir es nuestros reclamaciones como libertades absolutas y urgentes,  la de elegir no sólo cuando parir o si hacerlo o no, si no también cómo, dónde y con quién, y constatando el abuso que recibimos continuamente por ello. La violencia obstétrica es una violencia de sexo.


Y la violencia, huyendo ahora de ser específica, podríamos reducirla o encapsularla en la reacción de control necesaria para la auto proclamación de la supremacía patriarcal capitalista. Y por ello el parto como forma de expresión y autonomía de la sexualidad de las mujeres representa una rebeldía intolerable.


No es casualidad que una de las frases más repetidas en situaciones de violencia obstétrica en países hispanoparlantes sea “ahora te quejas pero cuando lo hacías no te quejabas”. Como si su sexualidad fuese algo reprobable.


No es casualidad que en los partos de las  películas las mujeres digan a sus maridos “tú me has hecho esto”. Cosa que para mí implica una violación.  


No es casual la relación de la sexualidad y  el parto.
Del parto molestan las posturas, los sonidos y los fluidos por su relación con la sexualidad pero en este contexto lo que más incomoda es que estos sean expresados fuera de cualquier interacción con el patriarcado.


El parto y la maternidad son algo así como el último reducto de la guerra por la total objetificación de la mujer.


Nuestras denuncias de violencia obstétrica son recibidas y tratadas de la misma manera y con idénticas respuestas a las que recibimos al denunciar otros abusos machistas.
Si en asuntos de violaciones o maltrato se excusa a quien a ejerce y se cuestiona a la víctima. En la violencia obstétrica se niega la responsabilidad, se habla de casos aislados, se insta a las mujeres a informarse y se excusa todo patologizando el parto o por la falta de sumisión de la parturienta a la que se acusa de irresponsable y egoísta.
Si en el reclamo de nuestros derechos se nos intenta silenciar llamándonos feminazis cuando reclamos nuestros derechos en el parto se nos silencia tildándonos de “locas del parto natural” y si se nos controla la manera de expresar nuestra queja como feministas tachándonos de radicales, hablar de violencia obstétrica es considerado una afrenta impronunciable.


Casi me sale automático el decir a este punto de mi texto,” las mujeres debemos o tendríamos que..”


Pero, no. Las mujeres no somos las que debemos nada. Nosotras hemos hecho, denunciado y pagado con creces la misoginia de unas creencias fabricadas desde la absoluta falta de empatía y  conocimiento sobre nuestros cuerpos y emociones.
El problema de la violencia obstétrica, la violencia de género, de la misoginia,no es responsabilidad nuestra, igual que no lo es facilitar el trabajo de el/la profesional o cambiar el término “violencia obstétrica”.


Pero quizá lo que si que podemos hacer es rechazar radicalmente esa responsabilidad, negarnos a la pedagogía que la sociedad opresora nos reclama, no caer en la justificación, cuestionar la continua propaganda sobre nuestros cuerpos y sabernos dueñas de ellos como acto de resistencia política.


Busquémonos a nosotras reinventándo la autogestión de nuestra salud recuperando a nuestras matronas, alentándolas a perseguir el progreso profesional que les pertenecía y a desarrollar nuevas maneras de cuidarnos y asistirnos.


Renunciemos a una concepción patológica de nuestra fisiología.


Como dicen las artistas y activistas Guerrilla Girls.” El mundo necesita una bomba de estrógeno”


Yo, desde estas páginas os animo a ser eso, bombas de estrógeno que no someten  ni su sexo, ni su parto, ni su menstruación ni su leche.

Vivir nuestros cuerpos fuera del patriarcado es la única escapatoria posible para huir de nuestra opresión.

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