El 11 de Abril muchas mujeres alrededor del mundo llevarán a cabo una acción para proteger sus cuerpos, su sexualidad y sus partos de la ignorancia imparable que lleva a muchos países a dificultar la posibilidad de parir empujando a las mujeres a someterse a una cirugía innecesaria.
Brasil alcanza el 83% de cesáreas en sus hospitales privados, simplemente es imposible que un 83% de mujeres no pueda parir. Cuando hablamos del impacto de las cesáreas innecesarias solemos hablar del impacto físico y emocional que estas puedan tener sobre la madre y el bebé, pero se habla menos del impacto de esas estadísticas en la cultura, la cultura ya en peligro de extinción de nuestra maternidad. El impacto de estas tasas de cesáreas sobre generaciones de mujeres en su relación con sus cuerpos, su femineidad y su maternidad, su relación con sus instintos mamíferos...Y no se habla de como estas tasas suponen la perpetuación de un secreto, oculto y distorsionado para que las mujeres no accedan a él, las mujeres deciden, las mujeres gobiernan, paren y deciden sobre sus vidas y son poderosas ya que portan, traen y crían el futuro de la humanidad.
Nuestra sociedad nos alimenta de cuentos de hadas de la mañana a la noche, desde la niñez a la tumba. Nos cuentan que las mujeres son princesas, que deben esperar a ser rescatadas, que nos miremos en el espejo para asegurarnos de estar guapas y que somos brujas porque sabemos demasiado y somos viejas...y además no importamos ya a nadie. Todo un sistema de dominación y manipulación así en un paquete de historias que nos dicen a las mujeres quien debemos ser. Y luego por supuesto vienen los anuncios, la moda, las películas y finalmente la cultura, pero no nuestra cultura.
Es la cultura escrita por los observadores, los admiradores, los líderes, los investigadores, los magos, los reyes, los héroes, los médicos...Escrita mientras nosotras esperamos a ser rescatadas escuchando su versión de nuestra historia
Así que no me sorprende que cuando la policía armada viene a llevarse a una mujer de parto a un hospital para someterla a una cesárea, como ocurrió la semana pasada en Brasil, no me sorprende que la mayor parte de la sociedad brasileña aplauda diciendo que esa doctora merece una medalla por rescatar a esa madre irresponsable y a su pobre bebé.
Las ideas sobre el parto y las mujeres se retuercen y malversan hasta que las mujeres nos las creemos completamente, somos contenedoras de sexo y bebés, producimos niños y nuestros genitales son tan irrelevantes como nuestros deseos.
Si decidimos, nuestras decisiones son arriesgadas, ignorantes y por supuesto un peligro para nuestros bebés. Si cuestionamos debemos ser castigadas.
Nosotras no nos pertenecemos.
Pertenecemos a las expectativas de un sistema que nos pide pureza, belleza, juventud, cuidados, responsabilidades domésticas, trabajo y sexo. Un sistema que nos pide todo menos que seamos nosotras mismas, nosotras con nuestra sangre sucia, nuestros bebés babosos, nuestras historias de abortos y nuestra leche brotando de nuestros pechos, todos nuestros sucios pecados de los que somos culpables desde que el mundo es mundo. Mientras tanto nos llevamos la palmadita en la espalda por esas cosas que las mujeres hacemos tan bien como...no estar presentes y ser multitarea.
La violencia obstétrica ocurre en todo el mundo y con el consentimiento de la sociedad, y es un síntoma de una sociedad desequilibrada que necesita con urgencia la presencia e ideas de mujeres.
De mujeres capaces de escribir sus propias historias en libertad y sin miedo, mujeres que puedan ser ellas libre y completamente. Mujeres que puedan menstruar, masturbarse, envejecer y engordar, y elegir quien quieren ser de acuerdo a sus propias expectativas, referentes y deseos.
La cesárea forzada que tuvo lugar en Brasil la semana pasada fue esa gota que sobrepasa un vaso ya colmado, esa gota ante la que deberíamos gritar:
¡Basta! Estos son nuestros cuerpos, estos nuestros bebés, este es nuestro futuro y con todo nuestro poder lo gobernamos.