Hoy es el día de la madre en Reino Unido y me he despertado y lo he recordado por la prensa y he llorado sola desayunando y pensando en lo mucho que me irrita el día de la madre y sus estereotipos, y he sabido que mis hijos se habrían olvidado porque andamos todos perdidos y preocupados. Y he echado de menos irritarme por cosas como esas. Quiero volver a tener el privilegio de discutir sobre feminismo.
Y poder enfadarme con mi marido por la tapa del water.
Quiero que me enfade la falta de civismo en la calle. Y quiero preocuparme por lo que vamos a hacer la semana que viene.
Quiero irritarme con la gente que quiero, quiero debatir con mis amigas quien paga la cuenta del restaurante. Quiero exasperarme porque no conseguimos quedar y que nos cuadre a todas.
Quiero tener que pasar una hora calmando a mi hijo adolescente cuando se enfada con sus amigos.
Quiero salir a la calle a curar una rodilla porque mi hija se ha caído.
Quiero besar y abrazar como si no hubiese un mañana. Y es que para mi ese está siendo el peor de los castigos tenemos un problema que vale por todos y ni siquiera podemos abrazarnos para consolarnos.
Y en medio de mi café con lágrimas mi marido me envía un mensaje de texto desde la habitación para felicitarme el día y pedirme que le prepare la habitación de aislamiento que yo había propuesto y de la que él se rió, porque empieza a mostrar síntomas. Quiero mis problemas de antes y poder abrazarle y decirle que saldremos de esta. Quiero los problemas de antes y que me quiten el sueño porque puedo pensar en resolverlos.
Tengo una clase a las 10:30 y doy gracias al instinto que me ha levantado a las 6:30 sin saber porqué. Levanto a mi hijo mayor y le pido que se olvide de sus 18 años de siglo XXI y los cambie por los de cualquiera de mis abuelos. Poner lavadoras, mover colchones, desinfectar baños, habilitar cubiertos, guantes y mascarillas, gracias pánico por hacerme desobedecer a tiempo. Mover mi trabajo a mi habitación y mi marido a la habitación de abajo y doy gracias de tener una habitación para hacerlo pero pierdo los papeles escribiendo a los caseros por no haber arreglado la ventana para poder ventilarla. Y me voy al baño y respiro, y mi clase empieza y aún sin duchar, y la comida y los niños y mi amiga me recuerde que juegue con ellos y lloro y no puedo respirar.
Pero esto no es nada me digo, venga apechuga, hay gente peor que tú. Pero yo no quiero este miedo que se me ha instalado entre la garganta y el el estómago. No quiero estos problemas, ni redactar un aviso para colgar en mi puerta para proteger al resto.
Quiero tener miedo en el avión como hace unas semanas, porque eso significará poder volar y el reencuentro.
Quiero que los achuchones me dejen sin aire y los besos se me hagan cortos.
Quiero que los bares me agobien por estar llenos.
Que los niños hagan demasiado ruido.
Quiero que las reuniones de trabajo sean lejos y quejarme de coger dos autobuses.
Y me doy cuenta de que parezco el final de Qué bello es vivir pero sé que esto no es Navidad ni es el final, pero sí que parece en el mejor de los casos una película y en el peor una pesadilla. Pero sí, qué bello es vivir y ojalá que no lo olvidemos nunca. Yo para el próximo día de la madre quiero tener otros problemas y daré gracias por ello.