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Parto: El proceso de dejarse llevar


Nunca pensé que haría una foto de mi barriga posparto en una especie de ritual de despedida a mi línea negra.
Nunca pensé que diría adiós a mi línea negra con lágrimas en los ojos, pero tres semanas después de dar a luz a mi hija, mi tercer bebé y el último, mi única hija, me di cuenta de que la línea negra que se muestra en el embarazo pronto se desvanecería en la línea alba y sentí como si en el paisaje de mi cuerpo una última puesta de sol tuviese lugar.
Soy muy feliz con nuestra familia y un sentido de plenitud se ha apoderado de mí.
Estoy muy dispuesta a abrazar el futuro y todos los nuevos capítulos sabiendo que mi cuerpo ha dado a luz tres seres humanos maravillosos.
Pero de alguna manera esta realización viene con una pérdida y creo que emocionalmente esto ha jugado un papel importante en mi extraña relación con nuestra placenta.
Me gustaría aclarar que estoy escribiendo esto como madre recien parida y no como profesional, explorando las emociones y no los detalles científicos.

Mi último parto fue practicamente como los dos anteriores: bastante sencillo, en casa como el anterior y con un maravilloso equipo de matronas que ya me había atendido en el nacimiento de mi segundo hijo, y apoyada en todo momento por mi marido, que después de dos nacimientos entendía lo que necesitaba y cual era su papel.
De hecho, fue maravilloso descubrir, al inicio de este parto, lo mucho que hemos crecido desde que parí por primera vez hace 10 años, tanto él como yo, como individuos y como pareja. Estar a solas con mis contracciones y con él era muy romántico y me sentía tan enamorada y tan conectada a él que sé que atesoraré para siempre esos momentos. Yo sentía el dolor y sin embargo, también experimentaba tanto amor.
El embarazo duró 42 semanas de gestación - el más largo que he tenido - y pensar que yo creía estar de parto más o menos todos los días desde la semana 39.
A pesar de tener un grupo en Facebook en contra de las fechas de parto, a pesar de haber asesorado a muchas mujeres que se ven empujadas a ser inducidas, a pesar de que una de mis amigas más queridas había dado a luz  un par de semanas antes, en casa dspués de 43 semanas, y a pesar de todos los artículos leídos y escritos, sentí la presión de no haber parido en una fecha, y mi presión se traducía en como iba a lidiar con los profesionales o incluso cómo evitar que se me presionara llegada a la 43.

Y, por supuesto, a pesar de todo lo que enseño y predico y el hecho de que había preparado para esta posibilidad durante 42 semanas, yo estaba impaciente, y desesperada por ver a mi hija y cansada de la auto-analizar cada sensación cotidiana que pudiera ser una señal, y molesta porque tenía que pasar por el proceso de decir “no gracias” a un sistema que por protocolo me ofrecía inducciones y me obligaba a decir que no como si con ello firmara diciendo: "Sí, estoy loca y soy una irresponsable".

Además, cada vez que sucedió algo (contracciones leves que desaparecieron, dolor de espalda baja, una pequeña perdida, etc)  yo llamaba a mis queridas colegas, y cuando me recordaban a la normalidad del proceso, yo contestaba desde mi cerebro inundado en hormonas: "Sí, lo sé , pero yo no paro así! "(aún nos reimos de esta gran frase!).
Así que ahí me teneís. Una profesora de preparación al parto, doula, activista del nacimiento y madre de dos hijos, completamente atrapada en el absurdo de confiar en su inteligencia para decirle que tenía que dejarse ir y confiar en su instinto.
No podía desconectar. Mis materiales para mis clases andaban esparcidos sobre las mesas. Oxitocina(un libro escrito por Kerstin Uvnas) estaba junto a mi water. Mis 1.000 amigos en Facebook hablaban sobre partos, y no siempre de partos sin complicaciones. Tenía emails de muchas mujeres que buscaban mi apoyo emocional para evitar inducciones en España, América del Sur y el Reino Unido.
Mi vida es el parto, mi trabajo es el parto, mi hobbie es el parto. Así que cuando lo unico que necesitaba era experimentar el parto, esto tuvo que hacerlo una mujer cuyo ser estaba cargado de información que le fluía por cada vena y emanaba por cada poro. Tenía que aceptar y abrazar mi parto como fuese, y dejarme ir, completamente. No tenía que cuestionar mi parto sino vivirlo. Y desde ese punto de vista tengo la suerte de que mi cuerpo haya sido capaz de hacerlo tan bien a pesar de la discapacidad de ser un mamífero intelectualizado.

Todo lo que mi cuerpo estaba intentando hacer mi cabeza intentaba analizarlo y estudiarlo, para aprender a un nivel consciente de la experiencia sin embargo era incapaz de simplemente experimentarlo.
Llegué a tal punto de absurdo, que recuerdo con vergüenza tratar de citar a Michel Odent a sólo unos minutos de empujar la cabeza de mi bebé (¡Michel estará consternado si lee esto!). Creo que la comadrona muy sabiamente me dijo: anda Susa, porque no te pones a cuatro patas.
¿Fue un mal parto? No, pero me pareció más difícil. Y lo sentí más difícil porque estaba comparando  comparaba con mi último parto, no con la experiencia, sino fragmentos de las notas de parto que recordaba, y también comparaba con mis expectativas de aquel parto orgasmico  que mi "inteligente" cerebro me había prometido .
Para mi sorpresa después del parto, mi marido me dijo que pensaba que este había sido muy similar a los otros dos, algo que era más o menos confirmado al leer las notas. Y sin embargo para mi fue diferente. No fue peor, pero tuve que parir en medio de una pelea. La pelea era entre mi critico y exigente cerebro,  y mi cuerpo que andaba en una rebelión contra el tirano, tratando de escapar de las "autoridades".
Mi cuerpo necesitaba confianza y todos en esa habitación confiaban en mi cuerpo, excepto yo.
Como doula sé que mi trabajo es sobre todo confiar en el nacimiento, confiar en la mujer y confiar en el bebé. Pero yo como mujer ya no sabía esto, nuestros aprendizajes para el parto deben serlo a un nivel inconsciente.

Después del nacimiento, que fue muy rápido una vez dilatada, finalmente alcancé ese estado de “colocón” oxitocico, y, finalmente perdí el control, y me dediqué a decir "Te quiero" a todo el mundo.
Pero otra lección emocional me estaba esperando.
En las últimas etapas del embarazo el temor a que la placenta se quedara reteniday tener que ir al hospital después del nacimiento estaba en mi cabeza como una sombra detras de  cada pensamiento.
Yo no tenía ninguna razón consciente para estar especialmente preocupada y nunca había tenido ningún problema antes, pero era casi como si yo necesitara un miedo y ultimamente se habían producido algunos casos de placenta retenida en partos en casa en la zona que vivo y trabajo, asi que de pronto se presentaba como un posible escenario. ¡Y así fue como conseguí el miedo que mi cerebro andaba buscando!
Pero, volvamos a mi parto, ahí estaba yo eufórica, con mi bebé en el pecho, aliviada y en éxtasis, cuando me di cuenta de que las comadronas hablaban entre sí de mi perdida de sangre, que inmediatamente sentí correr calida entre mis piernas.
Entonces, el cerebro se hizo cargo de nuevo, la oxitocina saltó por la ventana, y me  comporté como lo habría hecho como doula. Con calma dí instrucciones a mi marido que junto con los niños celebraban el acontecimiento, para que salieran del comedor. Ellos se mantenían ajenos a lo que estaba pasando, pero yo recordaba un par de partos en los que como doula había presenciado y podía saber sin verme que esto podría convertirse en una situación alarmante con bastante rapidez. Así que me puse a mi bebé en el pecho una y otra vez mientras yo podía ver como las comadronas se apuraban para inyectarme lo que se utiliza para controlar la hemorragía,  mientras yo me decía: "Yo puedo hacer esto. Puedo estimular a mi propia producción de oxitocina al poner el bebé al pecho, mientras intentaba cubrirme con una toalla, para conservar el calor, manteniendo al bebé cerca ".
Pero no podía hacerlo.
Estaba alerta, ansiosa y asustada.
Puedo recordar sentir toda la adrenalina en ese momento, mi bebé llorando, yo sentía la sangre correr, a la espera de la inyección, y las comadronas que hacían su trabajo, masajeando mi útero con miedo disfrazado de calma, mientras me inyectaban la droga, y lo que parecía una espera eterna hasta saber que la hemorragia por fin se había detenido.
Después de eso no sé qué pasó, pero creo que me rendí.
Di mi cuerpo a las comadronas, así que no intenté parir la placenta. Además no era capaz de orinar y todo esto se estaba volviendo un poco más preocupante. . . al menos para mí.
Teniamos 50 minutos para expulsar la placenta o terminaría en el hospital.
El tiempo y sus limites. Otro factor que asusta a la oxitocina.
Tenía que orinar y expulsar la placenta. Todo esto con la presión de la posibilidad de tener que usar un catéter, de tener que ir a un lugar que no quería ir, de tener a mi nueva hija hermosa, ya enganchada al pecho, atrapada en un pequeño aseo mientras yo trataba de hacer pis desesperadamente para proteger nuestra relación y su alimento,  sin olvidar el hecho de que tengo otras tres personas (mi marido y las comadronas) a la espera de mi orina al otro lado de la puerta como si se tratase de oro. Sin tener en cuenta que el cordón umbilical aún colgaba de mi cuerpo y de que había una caja de helado vacía colocada dentro del inodoro para contabilizar la orina y por si en el proceso caía la placenta. Digamos que era la situación más antinatural en la que relajarse y hacer pis.
Tengo que decir que todo el mundo trataba de ayudarme para que no tuviese que ir al hospital y sin embargo yo no lo veía así. Me comportaba como una niña pequeña. Me molestaba tener que hacer estas cosas que me exigían. Yo sólo quería volver a mi mundo de oxitocina con mi hija caliente y desnuda sobre mi vientre suave, donde hasta el aire sabe a amor puro. En lugar de eso me decían que fuera al baño y tratara de empujar la placenta. Traté de empujar, pero mi cerebro no conseguía instruir a mis músculos para que lo hicieran.
Era una sensación extraña. En mi desesperación me lleve la mano en un puño delante de la boca para soplar y hacer fuerza tal y como enseño a las mujeres para cuando no controlan los pujos que no pueden empujar con la epidural.
Finalmente acepté el catéter al que me había negado varias veces en un último intento por quedarme en casa.
Lo odié, por supuesto, y mordí mi edredón mientras lo introducían.
Mi cerebro decía con actitud arrogante: "Te apuesto lo que quieras a que no habrá ni gota de pis" Más de 200 ml  probaron que me equivocaba.
Entonces, algo extraño sucedió, me desperté.
Y pregunté a las matronas si podía parir la placenta.
Con absoluta incredulidad se miraron y dijeron: "¡Claro!" Y con mucha calma, como si dijera, "¿Por qué no lo habiaís dicho antes?" Tomé un empapador, lo coloqué en el suelo de mi habitación, me puse en cuclillas y parí una pequeña y redonda placenta (curiosamente mi comparación mental fue con una bola de reo, creo que las psicologas tendrán algún comentario)
El alivio fue enorme. Podría jurar que vi los hombros de las matronas relajar por fin la tensión que habían escondido tan bien. Me sentí casi como si hubiera parido de nuevo.
Asi tuve al fin a mi hija en mis brazos en mi cama y ya no tenía miedo de ir a ningún otro sitio más que a ducharme y a dormir.
Y el aire sabía a amor una vez más.



Así que si bien lloré al hacer la foto de mi línea negra, y si bien lloré al cortar un pedazo de mi placenta, me siento muy feliz y siento que mi corazón late más ligero.
Mis tres partos me trajeron tres mensajes importantes sobre la vida: Se feliz, confia, dejate llevar.
Mi cerebro lo ha aprendido y mi cuerpo ha entendido de que los mismos tres principios deben aplicarse siempre al nacimiento.

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