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Ladrones de templos



En mi viaje por España, me he


En mi viaje por España, me he dedicado a preguntar a mujeres y hombres por sus recuerdos de partos y nacimientos, sus opiniones y demás...me vienen de nuevo a la cabeza las historias de esas mujeres a las que se les hizo una presión fúndica a manos de maridos y médicos, episiotomías y fórceps innecesarios, cesáreas anestesiadas, partos inconscientes.
Me vienen también a la cabeza las historias más recientes de mujeres en las que ya no se confía, a las que el sistema médico gotero en mano les dice que no pueden parir. Las madres de estas últimas fueron las primeras en sufrir la tecnocracia del nacimiento, sufrieron sin entender porque pese a haber nacido en casa desde el complejo de inferioridad que les dio el hambre, la pobreza o la falta de medios o estudios, dijeron a sus hijas que esto era así, que las maquinas y la gloria hospitalaria era mejor, y de la misma manera que en el cuento de las nuevas ropas del emperador todas callaban que las maquinas y la gloria hospitalaria las despojaba de dignidad y les otorgaba dolores que sus abuelas y madres jamás experimentaron, cedieron sus llagas físicas y emocionales a la mentira de que el parto era un proceso dramático y doloroso siempre. Hoy las mujeres tienen una nueva tradición, un nuevo legado que se perpetua desde los comandos del personal hospitalario, los anuncios y las colas de supermercado. El miedo a nuestro cuerpo, a nuestro parto y a la vida. Tener un hijo es una operación dirigida y calculada por fuentes externas, necesita ser medida e investigada por expertos, expertos en su ciencia, la de los ladrones de templos, aquellos que encontraron el atajo para llegar a la riqueza destrozando paredes milenarias, bombardeando los altares de la sabiduría de antiguas generaciones, aquellos que en su búsqueda de la riqueza quedaron cegados y no pudieron ver que la belleza esta en el templo y sus complejos pasadizos secretos.
Hay una historia invisible, la de las mujeres saqueadas y niños que nacieron robados. La de las heridas que sangran en la oscuridad del silencio, la del robo diario de los tesoros de la femineidad, el templo de la maternidad, la historia matriarcal. Y en medio de ésta cómo si de una piedra Rosetta se tratase, encuentro la de una mujer de 90 años, que me habla de sus cinco partos en casa entre ollas y pucheros y de la mano de la mujer a la que amaba todo el pueblo, su comadrona, amiga y aliada. La que alimenta el cuerpo con caldos, el alma con amor y sabe que el parto es de la mujer y el hijo es de su madre.
La que confía en la ciencia de que para llegar al centro del templo, lo único que hay que hacer es respetarlo.

Nota: La foto que acompaña a este texto puede herir la sensibilidad de algunas personas, esperamos que sean muchas. Lo que no se ve no existe....


En mi viaje por España, me he dedicado a preguntar a mujeres y hombres por sus recuerdos de partos y nacimientos, sus opiniones y demás...me vienen de nuevo a la cabeza las historias de esas mujeres a las que se les hizo una presión fúndica a manos de maridos y médicos, episiotomías y fórceps innecesarios, cesáreas anestesiadas, partos inconscientes.
Me vienen también a la cabeza las historias más recientes de mujeres en las que ya no se confía, a las que el sistema médico gotero en mano les dice que no pueden parir. Las madres de estas últimas fueron las primeras en sufrir la tecnocracia del nacimiento, sufrieron sin entender porque pese a haber nacido en casa desde el complejo de inferioridad que les dio el hambre, la pobreza o la falta de medios o estudios, dijeron a sus hijas que esto era así, que las maquinas y la gloria hospitalaria era mejor, y de la misma manera que en el cuento de las nuevas ropas del emperador todas callaban que las maquinas y la gloria hospitalaria las despojaba de dignidad y les otorgaba dolores que sus abuelas y madres jamás experimentaron, cedieron sus llagas físicas y emocionales a la mentira de que el parto era un proceso dramático y doloroso siempre. Hoy las mujeres tienen una nueva tradición, un nuevo legado que se perpetua desde los comandos del personal hospitalario, los anuncios y las colas de supermercado. El miedo a nuestro cuerpo, a nuestro parto y a la vida. Tener un hijo es una operación dirigida y calculada por fuentes externas, necesita ser medida e investigada por expertos, expertos en su ciencia, la de los ladrones de templos, aquellos que encontraron el atajo para llegar a la riqueza destrozando paredes milenarias, bombardeando los altares de la sabiduría de antiguas generaciones, aquellos que en su búsqueda de la riqueza quedaron cegados y no pudieron ver que la belleza esta en el templo y sus complejos pasadizos secretos.
Hay una historia invisible, la de las mujeres saqueadas y niños que nacieron robados. La de las heridas que sangran en la oscuridad del silencio, la del robo diario de los tesoros de la femineidad, el templo de la maternidad, la historia matriarcal. Y en medio de ésta cómo si de una piedra Rosetta se tratase, encuentro la de una mujer de 90 años, que me habla de sus cinco partos en casa entre ollas y pucheros y de la mano de la mujer a la que amaba todo el pueblo, su comadrona, amiga y aliada. La que alimenta el cuerpo con caldos, el alma con amor y sabe que el parto es de la mujer y el hijo es de su madre.
La que confía en la ciencia de que para llegar al centro del templo, lo único que hay que hacer es respetarlo.de

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Me vienen también a la cabeza las historias más recientes de mujeres en las que ya no se confía, a las que el sistema médico gotero en mano les dice que no pueden parir. Las madres de estas últimas fueron las primeras en sufrir la tecnocracia del nacimiento, sufrieron sin entender porque pese a haber nacido en casa desde el complejo de inferioridad que les dio el hambre, la pobreza o la falta de medios o estudios, dijeron a sus hijas que esto era así, que las maquinas y la gloria hospitalaria era mejor, y de la misma manera que en el cuento de las nuevas ropas del emperador todas callaban que las maquinas y la gloria hospitalaria las despojaba de dignidad y les otorgaba dolores que sus abuelas y madres jamás experimentaron, cedieron sus llagas físicas y emocionales a la mentira de que el parto era un proceso dramático y doloroso siempre. Hoy las mujeres tienen una nueva tradición, un nuevo legado que se perpetua desde los comandos del personal hospitalario, los anuncios y las colas de supermercado. El miedo a nuestro cuerpo, a nuestro parto y a la vida. Tener un hijo es una operación dirigida y calculada por fuentes externas, necesita ser medida e investigada por expertos, expertos en su ciencia, la de los ladrones de templos, aquellos que encontraron el atajo para llegar a la riqueza destrozando paredes milenarias, bombardeando los altares de la sabiduría de antiguas generaciones, aquellos que en su búsqueda de la riqueza quedaron cegados y no pudieron ver que la belleza esta en el templo y sus complejos pasadizos secretos.
Hay una historia invisible, la de las mujeres saqueadas y niños que nacieron robados. La de las heridas que sangran en la oscuridad del silencio, la del robo diario de los tesoros de la femineidad, el templo de la maternidad, la historia matriarcal. Y en medio de ésta cómo si de una piedra Rosetta se tratase, encuentro la historia de una mujer de 90 años, que me habla de sus cinco partos en casa entre ollas y pucheros y acompañada por una mujer amada y respetada por todo el pueblo, su comadrona, amiga y aliada. La que alimenta el cuerpo con caldos, el alma con amor y sabe que el parto es de la mujer y el hijo es de su madre.
La que confía en la ciencia de que para llegar al centro del templo, lo único que hay que hacer es respetarlo.

NOTA: La foto que acompaña a este texto puede herir la sensibilidad de algunas personas, esperamos que sean muchas...

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